La Ley de los Varones (Maurice Druon)

Su ansiedad de morir se transformaba al momento en debate jurídico con la divinidad.
"Los doctores no aseguran -- pensaba aquella mañana -- que, después de la muerte, las almas de los justos gozan inmediatamente de la visión beatífica de Dios, que es su recompensa. De acuerdo... Pero las escrituras nos dicen también que, llegado el fin del mundo, cuando los cuerpos resucitados se hayan reunido con sus almas, seremos juzgados en el Juicio Final. Hay en esto una gran contradicción. ¿Cómo puede Dios, omnipotente, omnisciente y perfecto, juzgar dos veces el mismo caso en su propio tribunal y apelar su propia sentencia? Dios es infalible, e imaginar una doble sentencia por su parte, lo que implica revisión y posibilidad de error, es a la vez impío y hereje...Además, ¿no combiene que el alma entre en posesión del goce de su Señor hasta el momento en que, reunida con el cuerpo, ella misma sea perfecta en su naturaleza? Luego... luego los doctores se equivocan. Luego no puede haber beatitud propiamente dicha ni visión beatífica antes del fin de los tiempos y Dios sólo se dejará contemplar después del Juicio Final. Pero hasta entonces, ¿dónde se encuentran las almas de los muertos? ¿No iremos a esperar sub altare Dei, bajo ese altar de Dios del que nos habla San Juan en el Apocalipsis?. Porque si el paraíso está vacío -- se decía -- eso cambia singularmente la situación de los que declaramos santos o bienaventurados... pero lo que es cierto para las almas de los justos, forzosamente lo es para las almas de los pecadores. Dios no podría castigar a los malos antes de haber recompensado a los buenos. El obrero recibe su salario al final de la jornada; en la última hora del mundo el buen grano y la cizaña serán separados definitivamente. Actualmente ningún alma habita en el infierno, puesto que no se ha pronunciado la condena. Esto quiere decir que, de momento, el infierno no existe..."
Esta postura era más bien tranquilizadora para cualquiera que pensara en la muerte; retrasaba el vencimiento del plazo del supremo proceso sin eliminar la perspectiva de la vida eterna, y concordaba con la intuición, común a la mayoría de los hombres, de que la muerte es una caída en un gran silecio oscuro, una inconsciencia indefinida... una espera sub altare Dei.

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